El amor en los tiempos de la tecnología

Yo realmente disfruto tener los últimos adelantos tecnológicos que han salido al mercado. Mi esposa, por el contrario los ve como un gasto de dinero innecesario. Mejor dicho, mantiene esa opinión durante el breve espacio de tiempo que dura en comenzar a utilizarlos ella misma para eventualmente reclamarlos como suyos.

Esto me sucedió con mi grabadora digital de video de alta definición (DVR)

Desde que la ordené estaba contando los días para que llegara y poder instalarla. Ya me imaginaba grabando mis programas favoritos y viéndolos cuando se me antojara, sin estar esclavizado a los horarios de programación de los canales de TV. Mi esposa, por el otro lado, pensó que era un derroche de dinero el módico pago mensual que me cobraban por el servicio, especialmente porque según ella, la vieja video casetera (VCR or VHS) que todavía tenía guardada por ahí podía cumplir la misma función.

Uno días, después de haber instalado mi nuevo sistema, mi esposa tuvo un compromiso de trabajo que la mantendría fuera de la casa hasta después de las 8 de la noche. De alguna forma, y sin mi ayuda, ella se las ingenió para programar DVR de forma tal que le grabara uno de sus programas favoritos que empezaba a las 7:00 PM. Esa noche, apenas llegó a casa, encendió el aparatico para comprobar si había funcionado. Vi con horror como ella sonreía cuando su programa favorito era reproducido en la pantalla del televisor, una hora después de haber terminado. En ese instante me dí de cuenta que pronto tendría que despedirme de aquel equipo que tanto había ansiado.

Y así fue. Meses después el disco duro de mi preciosa grabadora digital de videos esta lleno de episodios de telenovelas, programas de variedades y otras atrocidades similares. Por mucho que borre estas cosas, nunca hay suficiente espacio para poder siquiera grabar una serie completa del Discovery Channel.

Pero esta ambigua relación entre mi esposa y la tecnología no se limita a mi grabadora de video, no señor. Lo mismo ocurrió cuando me compré mi iPad 2. Mi esposa no entendía porque necesitaba una tableta cuando ya tenía una laptop, una mini y mi computadora grande de escritorio. Pero lo que más temía sucedió. Apenas descubrió que podía revisar su email y la cuenta de Facebook desde la tableta se adueñó de mi iPad y ahora debo esperar a que ella termine de usarla para poder leer mis libros digitales en la tableta.

Algo similar sucedió con mi iPhone. Mi esposa especulaba que la fama que había alcanzado el iPhone no era más que el resultado de la máquina publicitaria de la Apple, y que dicho teléfono no era otra cosa que “un celular mas”. Después de ella usar mi iPhone varias veces para buscar alguna información al instante, mostrar en el mapa donde se encontraba un lugar donde ella quería ir, y jugar uno de los juego que descargué el Apple Store, finalmente confesó que el iPhone es realmente práctico. No me quedó otra que comprarle un teléfono inteligente,  Android el cual usa constantemente.

En términos generales, la relación entre mi esposa, yo y mis juguetes digitales sigue más o menos este orden:

1. Yo compro un nuevo aparato que acaba de salir al mercado.

2. Mi esposa se queja de que el aparatico es:

A.  Caro
B.  Innecesario
C.  Caro e innecesario.

3. Mi esposa por curiosidad, o necesidad prueba y usa mi nuevo “juguete”

4. Mi esposa empieza a gustarle aquello que había comprado para mi, lo utiliza a menudo pero se niega a confesar de que es algo útil y necesario.

5. Mi esposa finalmente reconoce que le gusta y me pide que le compre uno a ella.

Y la historia se repite con cada nueva cosa que compro.

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  1. Bitacoras.com - 2012/02/07

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